miércoles, noviembre 18, 2009

De pronto Ana Pava se convirtió en Ana Pauuula

Así, en la noche de ayer que regresábamos de ver al Dr. Medina, Ana Paula venía concentrada en un monologo interminable de monosilabos, palabras mochos, palabras completas y demás expresiones de su corta edad. Comenzó a hablar de sus amigos de la guardería, de su "hermano" Brayan, de su amiga Kesi, de Daniel, de Cabrera, de Emanuel, de Beca.

"A Daniel que chistoso" - por que hija- y hacía un ruido como de bebé aullando o gritando. De allí comenzamos a preguntarle los nombre de sus papás, o sea, el mio y el de Elena. - ¿Y como te llamas hija? y por primera vez dijo "Ana Pauuula". Lo decía deteniéndose en la U, como si nos quisiera enseñar a decir correctamente su nombre. "No no así, Ana Pauuula, Ana Pauuula". -Ana Pauuula- repetía como aprendiendo la lección que me daba mi hija.

¿La escuchaste?- Le digo a Elena- Por primera vez dice su nombre de manera correcta. Sonreí recordando que dio fruto hablarle siempre de forma correcta y no imitar sus palabras como "pava" y demás que forman su vocabulario de casi tres años


lunes, noviembre 09, 2009

La caída del muro

La noticia de la caída me toco en los tiempos en que estaba en la facultad. Tenía 20 años y apenas comenzaba a entender lo que existía en el mundo. Cuando llegue a la escuela , no era comunista ni socialista. Apenas si tomaba partida en las defensas que tenía Tania o Patricio sobre Cuba o la vieja URSS. Asentía a algunos de sus argumentos, en otros apoyaba a Diego que defendía al capitalismo. No recuerdo ninguno. A lo lejos puedo pensar que Tania y Patricio defendían la igualdad en Cuba, las posibilidad de vivir mejor, de educarse, de no ser explotados. Diego, por su parte, recuerdo que hablaba de la libertad, de ser dueño de algo, tener carro o una casa.

Pero si era antiimperialista. Y eso lo asumía. Tal vez sin argumentos, sin saber realmente el significado de mi posición o, tal vez sin tomar seriamente partida en lo mismo. Si se trataba de protestar, podía hacerlo. Si se trataba de marchar en contra de la guerra del golfo, con Rebeca, Leticia, Homero, Cristobal, Cesar, y con los Perredistas y los de Tierra y Libertad, grafiteando con Eleocadio consignas antiyanqui en las paredes de los comercios en Juárez, Padre Mier, Pino Suárez y Constitución, ruta que nos llevaba al Consulado Americano, podía sentir ese sentimiento que me acercaba más a la izquierda.

Recuerdo en la marcha que llegamos y vi a Marco Curzio taparse la cara. Lo hacia porque no quería que lo rechazaran si alguna vez tramitaba su visa. A mi no me importaba viajar a su país. No había hecho el Servicio Militar. Por lo tanto no tenía Cartilla Militar, mucho menos podía tramitar un pasaporte mexicano, así que no me importaba que me vieran, me tomaran foto y me archivaran en una gaveta de la inteligencia yanqui.

Pero igual me paso cuando los de Sociología viajaron a Cuba financiados por la Facultad. No me importo ir, ni hacer el esfuerzo de tramitar un pasaporte. Para que iba a un país como Cuba, por mas socialista que lo fuera. Quería quedarme en México. Más específicamente, en Monterrey. Lo único que lamento ahora es haber viajado gratis que es lo único bueno de esos viajes.

Así que la apertura del muro, me toco a los 20 años, con la ingenuidad de un joven de esa edad, que a crecido ajeno al mundo, a las ideologías políticas y al conocimiento social. Seguíamos a la Perestroika. Eramos los jóvenes del recien nacido PRD. Leíamos en Nexos y la Jornada lo que estaba pasando y lo que pasaba realmente con el mundo socialista de la época.

El socialismo si era una esperanza para aquellos jóvenes que aún nos considerábamos de izquierda. Esperanza, tal vez ingenua, pero en fin, era la única.

Así que recuerdo un sentimiento de vació cuando se cayo el muro. Una esperanza rota, marchita. Un sentimiento de derrota que disfrazábamos de ironía. Cristobal y Cesar Gabriel ironizaban con una canción de los Enanitos Verdes Estoy parado sobre la muralla que divide Berlin Oriental del Occidentaaal.... Estoy viendo como esos guardias comunistas logran matar a todo el que, quiera pasaaar. Pero como dijo go go go Gorbachev, como dijo go go go Gorbache, desapaaaarecer, desapareceeer. Si lo festejábamos. Lo comprendíamos. Creíamos en la apertura de Gorbachov sin saber a ciencia cierta lo que estaba pasando en la URSS, como una esperanza de rehacer un paraíso perdido en lo que llamábamos el socialismo real. Así le decíamos como defensa de un socialismo posible al que decíamos llamaba Marx y aún no existía en el mundo, que habían traicionado Stanlin y sus regímenes totalitarios


Si nos creíamos revolucionarios pero no nos importaba hacer la revolución. Ningún intento de formar un grupo, un bloque, una cédula revolucionaria. Eso estaba generaciones atrás de nosotros y nos burlábamos de los rezagados como Zapopan, el último revolucionario que llego al grupo sintiéndose cabeza misma del cambio revolucionario. Viva la revolución, la revolución que no, abran paso a la revolución, y en que contribuye eso a la revolución, eran las frases de nuestra ironía.

A lo más que aspirábamos era ser democráticos. Compramos ese discurso del sistema y lo hicimos nuestro en todos lo que hacíamos, sin darnos cuenta de como nos envolvieron en el. Así que la democracia llego a nuestras vidas. Decidíamos juntos en todo. En la escuela, en la junta de los sábados de los jóvenes del PRD, en la decisión de nombrar a Cristobal como candidato a Consejero Alumno en la casa de Lety, por más que dijeran que era el Cacique quien imponía todo. (tal vez si imponía pero no nos dábamos cuenta, por alguna razón debimos de nombrarlo así)

Pero nosotros ya no somos los mismos. Ni el mundo ni lo que quedo del viejo orden que conocimos. Ni siquiera estamos juntos, ni nos vemos. Nos perdimos en esos años al igual que se perdió el muro. El Muro se cayo y nosotros nos caímos con él. El que levantamos algún día cayo en algún lugar. Sus escombros desaparecieron porque cada quien recogió una parte y se lo llevo consigo, sin avisar a nadie, sin despedirse de nadie, sin decir esta piedra es mía.







miércoles, noviembre 04, 2009


Luna de Noviembre

Regresando de Monterrey nos toco una luna inmensa. Atrás dejábamos un cielo rojizo que solo se pinta así en noviembre. Con nostalgia recordé otras tardes de noviembre con el mismo cielo, en las cuales caminaba sin rumbo por Monterrey mientras te imaginaba a mi lado, asombrada de ver las cosas pintadas por esa luz.

Pero eso ya fue hace mucho tiempo, Y es cierto lo que dice Pacheco, ya no somos los mismos. Ni tú, ni yo, ni la ciudad, ni los recuerdos.

Elena viaja en el asiento de atrás de la camioneta. Ana Paula duerme. Cuanto quisiera que mi hija pudiera ver la inmensidad de esta luna. Pero duerme tranquila. Pienso en mis hijos en Monterrey. Me imagino con ellos enseñándole la luna

La tuvimos para nosotros en todo el camino. Había rectas donde me quedaba enfrente. Hipnotizado por su luz plateada temía que me lanzara por la carretera en un efecto parecido a las de las olas en el mar. Me confundía su luz con la luz de los autos. Temí seguir derecho hacia la luna en una curva. Goce de su luz iluminando la obscuridad de la carretera.

Recordé a Yuri y a Cristóbal en un cerro de Cerro Prieto, perdidos en la inmensidad del cielo abierto, con los rayos de una tormenta a lo lejos. Nos preparamos con toda la leña para danzar en la noche e invocar a las musas con los poemas que les escribíamos. Era el círculo de octubre

Los tres nos perdimos esa noche. Cristóbal se quedo con la nostalgia de los antiguos seres que habitaban la sierra madre que les pario. A él y a todos los que le siguieron. Yuri se quedo en la perfección del poema, en la forma de la emoción. Yo, en cambio, me perdí en ti y nunca supe como regresar a aquella noche

Tú ya no estabas. Ya te habías ido. Tal vez nunca estuviste. O nada fue cierto. O esto no es cierto y nosotros seguimos siendo los mismos. Todavía nos amamos, pero estamos condenados a perdernos.