No me tocó sentarme junto a ella. Tal vez intercambiar miradas por menos de un segundo, oír su voz y su risa mientras trataba de leer en la sala de espera Ensayo sobre la ceguera, de Saramago. Vi que le tocó sentarse en la cola del avión como pudo tocarme a mi o a cualquier otro.
Me tocó el asiento 14, justo atrás de Humberto Elizondo, que se sentó en el asiento 12 y por primera vez me doy cuenta que el número 13 no existe, desaparece. Me confundí. Recorrí del 11 al 15 para aclarar el error y convencido de que no era así, que ni el avión ni mi conteo visual estaban mal, terminé por sentarme en el 14a con el presentimiento de que si el 13 es de la mala suerte, a mi me va a tocar, porque la mala suerte no se va a equivocar al contar. El 13 sigue siendo el 13.
Seguí leyendo a Saramago. El avión despegó y volteé a ver abajo la ciudad de Reynosa. Reconocí las avenidas, las calles y las colonias. Las calicheras me siguen impresionando como la primera vez que las vi hace 5 años, cuando salí a conocer la parte mas pobre de la ciudad.
No pude evitar pensar en mi papá. ¿que es lo que mi papa pensó el día de su muerte? ¿que pensamiento tuvo al despertar ese día? Me pregunto si mi papá cada día que despertaba y se veía vivo, pensaba en eso, en vivir el día una vez más. ¿O si pensaba que era su último día?
Ese día no fui a verlo por la mañana por evitarme la vuelta y no gastar gasolina (no tenía dinero para ponerle a la camioneta) Lo vi dos día atrás y el siguiente, justo antes del día de su muerte, pero fue muy corto el tiempo que estuve con él. Lo vi sentado en el sillón donde vivió, sus últimos instantes y ese va a ser mi último recuerdo de mi papá en vida.
Me puse triste en el vuelo. Aún no puedo asimilar que mi papá ya no este, que ya no lo voy a poder ver. Lo extraño mucho.
Lo único que puedo pensar es que Lorena Herrera fue un regalo más de mi papá para que pueda seguir con esta vida. Para ya no tener que seguir pensando si es bonita, porque pude ventanearla por un buen rato.
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